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Viaje a dedo desde Moscú hasta San Petersburgo

  • Foto del escritor: Sebastian Diaz Mojica
    Sebastian Diaz Mojica
  • 15 feb
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 6 jul


Joven con pijama a rayas azules sentado en una silla, usando laptop, en habitación desordenada. Fondo con guitarra y objetos domésticos.

Durante una noche de mi primer verano en Rusia, mientras estudiaba sociología en Moscú, junto a un amigo colombiano, a quien hoy considero como un hermano, decidimos hacer autostop hacia San Petersburgo. ¿Nuestra motivación para un viaje así? Ninguna. O quizás sí, buscar una aventura.


Era una forma inusual y algo arriesgada para un par de extranjeros que apenas hablaban ruso. Intentamos que más personas se unieran, pero nadie se animó. Básicamente, no lo hicieron por el miedo a que algo saliera mal durante el viaje o porque no les parecía la mejor idea.


Por la mañana, con la mochila lista y un par de enlatados, comenzaba un viaje del que no sabían ni mi familia, ni amigos, ni mi novia, ni nadie más que Mauricio, la suerte y yo.

Joven en tren, viste camiseta gris y hace gesto positivo con el pulgar. Personas alrededor, ventanas con luz natural, letrero en ruso.

Puede que sea hacer trampa, pero tuvimos que tomar el tren de cercanías (elektrichka) para salir de Moscú y poder comenzar el autostop desde una carretera más transitada por conductores que se dirigieran al norte. Así, llegamos a la primera parada de esta aventura, la hermosa ciudad de Tver.




Día 1: Tver y el río Volga


Al llegar a Tver, aprovechamos para explorar la ciudad y caminamos por la plaza de Lenin. Para nuestra suerte, unos colombianos nos reconocieron y saludaron, gracias a la bandera tricolor que llevábamos atada a una mochila 🇨🇴📯.


Grupo de amigos sonrientes en la playa junto a un lago, con vegetación al fondo. Uno hace la señal de paz y otro lleva una camiseta negra con "Oe!".

Este grupo de jóvenes resultó ser estudiantes de la Universidad Estatal de Tver. Nos mostraron la ciudad, disfrutamos un buen rato en las playas del Río Volga y, por supuesto, compartimos unas cervezas antes de dirigirnos a las residencias universitarias donde vivían. Nos habían invitado a pasar la noche allí.


La celadora del edificio no nos permitió entrar por razones que nadie comprendió. Las reglas en Rusia a menudo se improvisan. La solución fue ¡entrar por la ventana! La situación nos encontró en el apogeo de nuestra juvenil rebeldía… y con unos tragos encima.


Después de este gran comienzo, Mauricio y yo pensamos que el viaje ya había valido la pena. La verdad es que aún teníamos mucho por ver en Valday y Veliky Novgorod, nuestros próximos destinos.




Día 2: Valday tiene un lago hermoso


Persona sentada en el césped junto a un camino, sosteniendo un cartel. Al fondo, tráfico y árboles. Ambiente soleado y relajado.

Al día siguiente, todavía en Tver, nos dirigimos hacia la salida de la ciudad y nos situamos junto a la carretera. ¡Era el momento de ver si realmente podríamos llegar a San Petersburgo haciendo dedo!


Pasó bastante tiempo y solo un par de carros se detuvieron para preguntar nuestro destino, pero ninguno se dirigía hasta allí. Fue entonces cuando decidimos escribir en el cartel el nombre de un pequeño pueblo que estaba en el camino – Valday.


Finalmente, encontramos un conductor que nos llevaría hasta Valday, la idea había funcionado. Durante el trayecto hubo poca conversación; el señor que nos llevaba solo nos preguntaba si estábamos locos por hacer un viaje así, diciendo que nos había recogido por miedo a que otra persona equivocada lo hiciera.


Antes de lo esperado, llegamos. Nos bajamos en una “zona de camping” que, de eso, solo tenía el nombre, ya que no había más que tierra y pasto. Al final, decidimos pasar la noche en una pequeña península del enorme Lago Valdayskoye, donde se respiraba una paz infinita.


Sin encontrar un restaurante abierto donde comer, montamos la carpa y nos pusimos a improvisar una comida con lo poco que teníamos. Unas rocas nos sirvieron de cocina y unas latas de frijoles de ollas. No teníamos ninguna comodidad, pero el lugar nos transmitía una tranquilidad absoluta, no podíamos estar más desconectados.



El sol sobre Valday se despedía, dejando un paisaje tan bohemio que no pude hacer más que sacar a Cori, mi guitarra, y tocar algunas canciones.


A la mañana siguiente, dimos un paseo por el pueblo, tomamos unas fotos y retomamos el camino. No muy lejos de nuestro camping, había un señor que nos llevaría a una carretera con más probabilidades de encontrar un aventón.


Aún no nos habíamos bajado del carro cuando el señor preguntó a una pareja de otro carro si nos podían llevar hasta Veliky Novgorod. Ellos aceptaron y nos dirigimos hacia el norte.



Día 3: Veliky Novgorod y un paseo en bote por el el río Volkhov


Dos personas sonrientes con bandera tricolor, junto a una fuente en un parque. Fondo de árboles verdes y estatuas de piedra. Ambientes alegres.

Al llegar, hicimos lo habitual: buscar un restaurante para llenarnos lo más posible, por si acaso. Estuvimos dando vueltas por las plazas y calles del centro, pero luego... A lo lejos, vimos un muro enorme que se extendía cerca de unos árboles. "Vamos a ver qué hay allá", dijimos.


Al acercarnos, nos dimos cuenta de que era el majestuoso Kremlin de Novgorod, también conocido como Detinets.


Esta fortaleza histórica, situada en la orilla izquierda del río Volkhov, es una de las más antiguas de Rusia y ha sido testigo de innumerables eventos a lo largo de los siglos. Sus imponentes murallas de ladrillo rojo y torres ofrecen una vista impresionante que domina el paisaje circundante.


Gente disfrutando en una playa junto a un río. Al fondo, una muralla medieval. Cielo parcialmente nublado, ambiente veraniego animado.

Al cruzar, todo era playa, un enorme río, cientos de viajeros y locales descansando. Habíamos encontrado dónde pasar esa noche.


Un hombre en un bote rema en un lago al atardecer. Lleva un gorro y camiseta roja. Al fondo, un edificio sobre un paisaje oscuro. Muestra calma.

Dimos un largo paseo por el río, hablamos con algunas personas y llegamos a un punto que parecía ser un buen lugar para acampar. No pasó más de media hora cuando una pareja montó también su tienda de dormir junto a la nuestra y empezaron a inflar un pequeño bote.


Nos hicimos amigos de ellos y nos dejaron usar su bote. Dimos otro largo paseo, esta vez, sobre el río Volkhov. Ahora sí, yo estaba seguro de que la loca decisión de un viaje a dedo a San Petersburgo había valido la pena.



Día 4: San Petersburgo, "Piter"


La noche anterior, tuve una discusión con Mauricio por algo que ni siquiera recuerdo. Quizás fue el cansancio acumulado, el hambre, la incomodidad de dormir en una tienda de campaña o simplemente la tensión de pasar días juntos sin un espacio para respirar. Cuando viajas así, cualquier tontería puede convertirse en el chispazo de una pelea.


La discusión se intensificó y, como solía hacer con mis amigos en ese entonces, respondí de manera hostil, con palabras que no venían al caso y un tono que no hacía más que agrandar el problema. Mauricio, en cambio, no era así. No jugaba ese mismo juego de agresividad disfrazada de amistad. Por eso, cuando se hartó y dijo con firmeza: “Sebas, el viaje fue genial, pero seguiré solo de aquí en adelante”, ahí supe que había cruzado un límite.


Lo dejé ir. Reflexioné una y otra vez, dándole vueltas en mi cabeza a lo sucedido. En ese momento entendí que la amistad no es aguantarlo todo, ni justificar las malas palabras con “así somos los amigos”. Me di cuenta de que Mauricio había sido lo suficientemente maduro como para poner un límite, algo que yo, en ese entonces, no sabía hacer.


Antes de tomar el bus, lo busqué en el McDonald's para pedirle perdón. Fue de esos momentos que parecen sacados de una película americana barata: dos amigos, mochilas al hombro, con la banda sonora perfecta de fondo. Pero no era un guion, era una lección de vida en tiempo real.


Desde entonces, intento no hacer o decir cosas que puedan herir a quienes me acompañan en la vida. Ellos no tienen por qué estar ahí; es su decisión individual. Y si deciden quedarse, lo mínimo que puedo hacer es tratarlos con respeto.

Cuatro jóvenes sonríen sentados junto a un río, con un puente al fondo. Visten ropa colorida. Ambiente relajado y amigable.

Nos reconciliamos y tomamos juntos el autobús a Piter, como llaman en Rusia a San Petersburgo. ¡Llegamos a San Petersburgo!


El viaje había valido la pena, no solo por los lugares que conocimos, sino por lo que aprendí sobre la amistad, una lección que hasta hoy recuerdo con cariño. Y cada cumpleaños de Mauricio, se lo vuelvo a recordar.


Afortunadamente, lo mejor del viaje, al menos para mí, estaba por llegar en la siguiente y última parada, San Petersburgo. Te contaré de esa historia en un próximo artículo.


Reflexionar sobre experiencias como esta es una de las razones por las que finalmente decidí hacer un blog personal.


Persona sentada en una barandilla junto a un canal al atardecer. Edificios y luces iluminan el agua. El cielo está azul oscuro. Modo tranquilo.


Fotografía de Sebastian Diaz Mojica





Especialista en Marketing Digital

2 comentarios


Invitado
16 feb

Espectacular la experiencia

Me gusta

Invitado
15 feb

Hay un proverbio que define perfectamente lo que significa una experiencia como esta: El hierro con hierro se afila, y el hombre aguza el rostro de su amigo. Proverbios 27:17


Cada obstaculo en el camino, cada decision que tomamos y cada risa fueron parte de ese proceso de crecimiento mutuo. En el fondo, no solo recorrimos kilómetros, sino que nos ayudamos a ser mejores y a forjarnos como personas más solidas.


Gracias por inmortalizar en palabras estos recuerdos. Que la vida nos siga llevando a nuevas aventuras.


Mauricio Nikkilä

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