Mi viaje de navidad de Moscú a Smolensk
- Sebastian Diaz Mojica
- 11 jul
- 4 Min. de lectura

En la vida hay momentos inesperados. Las navidades durante mis años viviendo en Rusia fueron de todo menos aburridos. El primero de ellos, el de 20211, se transformó en el inicio de una aventura que jamás imaginé. Estando en un pequeño vagón de tren en el pequeño pueblo de Vyazma, mientras el frío se colaba por mis botas de invierno, me di cuenta de que este viaje no solo era físico, sino también una travesía emocional.
Estos son mis recuerdos del camino que me llevó desde la bulliciosa Moscú hasta la soledad de una estación perdida en el tiempo, casi sin exagerar.
🎄 24 de diciembre de 2011, 05:26 AM – Vyazma, Rusia
Mientras redacto estas líneas, estoy en un pequeño vagón de tren en el pueblo ruso de Vyazma. Mis botas de invierno me quedan un poco ajustadas, mi compañera de vagón ha hablado muy poco, y el destino es Smolensk, una ciudad cercana a Bielorrusia.
Hoy no es únicamente una fecha significativa para la Iglesia católica ni un recordatorio del tradicionalismo que me inculcaron de niño. También es un día en el que, con el paso del tiempo, considero que merece la pena escribir sobre lo que ha pasado y lo que todavía está por venir en este camino.
Un día antes 🕑 23 de diciembre de 2011, 02:35 PM – Moscú, Rusia
El día en Moscú ha sido agotador. Ha terminado una intensa jornada de estudios en la preparatoria de idioma ruso en la Universidad de la Amistad de los Pueblos. Me dispongo a encontrarme con una amiga con quien apenas llevo un día de amistad. Nos conocimos en un restaurante que últimamente frecuento mucho: el internacionalmente conocido “Subway”.
Masha, una joven rusa que pronto será parte de esta historia, me acompaña a mi habitación. Pasamos el tiempo juntos hasta la hora en que debo salir rumbo a un evento en el que me han contratado como guitarrista para una presentación privada en el centro de Moscú. La compañía de Masha resulta más que agradable.
Sobre el evento en sí, sé muy poco. Solo que la música será latina y que nos han contratado por nuestra experiencia en el género. Vamos con algo de retraso, o eso creo. El metro, sin embargo, hace el trayecto más ameno gracias a la conversación. A pesar de los trajes elegantes que Greg y yo llevamos puestos, nos permitimos un breve descanso, sentados en el suelo frío de baldosas de la estación.
Cuando finalmente llega la persona que nos contrató, descubrimos un pequeño problema: la falta de comunicación con la organizadora hace que Masha tenga que acompañarnos hasta el lugar del evento. Luego, deberá regresar sola por donde vino. Al llegar, nos damos cuenta de que la presentación es más privada de lo que esperábamos, y nuestra amiga se despide antes de que la música comience.
Terminamos el trabajo antes de que el evento concluya. La paga llega en medio de la calle, con las manos completamente congeladas. 2.000 rublos, unos 60 dólares. El lector juzgará si ha sido mucho, poco o justo para lo que hicimos.
De regreso en la calle donde están nuestros edificios, Greg y yo decidimos reunirnos en media hora para emprender nuestro viaje navideño.
23 de diciembre de 2011, 11:45 PM – Estación de tren Belorussky
Sin un plan claro, nos dirigimos a la estación de tren sin saber siquiera los horarios de salida. Después de pensarlo demasiado, optamos por el único billete disponible, uno de "lujo", cuyo precio supera casi todo lo que acabamos de ganar en el evento. Pero no importa. Somos estudiantes, jóvenes y llenos de deseos de aventura.
Para celebrar nuestra decisión, compramos una cerveza en un café dentro de la estación. Tal vez sea la emoción, o el cansancio acumulado, pero el trago me cuesta más de lo esperado. Mientras intento terminarlo, el reloj avanza sin piedad.
Cuando por fin nos dirigimos al tren, el tablero digital muestra las próximas salidas. Nos detenemos unos segundos, contemplándolo, sin saber que esos breves momentos serían cruciales.
23 de diciembre de 2011, 11:59 PM – Corriendo contra el tiempo
Caminamos apresurados, buscando nuestro vagón: el séptimo y último del tren Moscú-Smolensk. Una mujer en el vagón 5 nos advierte:
—¡Van retrasados, corran!
Apuramos el paso hasta el vagón 6, donde una revisora sostiene una linterna apagada. Al preguntarle por el vagón 7, nos responde con calma exasperante:
—Es el siguiente.
Cuando nos alejamos para alcanzarlo, ella enciende la linterna y da la señal. El tren arranca. Sin nosotros.
La desesperación nos inunda. Cargados con nuestras mochilas y mi guitarra, corremos junto al tren en movimiento, gritando a la revisora:
—¡Déjenos subir, por favor!
—¡No! ¡Váyanse de aquí! —nos responde con brutal indiferencia.
El tren sigue alejándose, hasta que finalmente nos detenemos, sin aliento, viendo cómo nuestros costosos boletos de lujo desaparecen en la distancia.
Nos miramos. No hay palabras para describir la incredulidad del momento. Solo un murmullo repetido entre el frío y la frustración:
—No lo puedo creer...
Vyazma – Un camino alternativo
Perder el tren fue un golpe, pero la noche aún no ha terminado. Mientras tratamos de encontrar una solución, una mujer se acerca y nos pregunta por nuestro destino. Resulta que ella y su familia también han perdido el tren y van a la siguiente estación en taxi. Nos unimos a ellos.
El viaje es largo y silencioso. Observo el paisaje a través de la ventana: los bosques oscuros, las carreteras interminables, las luces de Moscú desvaneciéndose en la distancia. Greg y yo apenas hablamos. A nuestra izquierda, una niña de unos catorce años mira fijamente al frente, con una tristeza indescriptible en sus ojos. Quizá teme lo que le espera en el destino desconocido al que se dirige.
Cuando despierto, la vista es aún más desoladora. Calles vacías, edificios sombríos con ventanas oscuras, un ambiente que parece sacado de un pueblo fantasma. El taxi nos deja en la estación de tren de un lugar perdido en el tiempo, dominado por un enorme símbolo soviético que parece más grande que el nombre de la estación misma.
La sensación es extraña, casi como si hubiéramos viajado en el tiempo. El viento silba entre las paredes frías, y desde unos altoparlantes se oyen anuncios distantes, generando una nostalgia indescriptible. En ese momento, me doy cuenta de algo: esta no es solo una historia sobre un tren perdido. Es un episodio de aprendizaje, una lección de paciencia, azar y caminos alternativos.
Y así, en una estación desconocida, en medio de una noche helada en Rusia, espero el siguiente capítulo de mi viaje.
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